(Este artículo ha recibido el segundo premio en el Concurso organizado por el blog "El Fútbol es Injusto" al Mejor Artículo Deportivo de 2008)
Pocos… Muy pocos… Por no decir casi nadie. Una vez más, las esperanzas de que España consiguiera algo en la Eurocopa de Naciones eran mínimas. Es lo que tenía llevar 44 años de fracasos y decepciones a cuales más variopintos. En esos 44 años sólo el oro de Barcelona de los Kiko, López, Cañizares,… había puesto algo de luz en el camino. Pero esa generación olímpica, la Quinta de Cobi, tampoco pudo conseguir algo grande.
Hace justo un año, en Diciembre, se sortearon los grupos de la primera fase de la Eurocopa. Antes del sorteo, hay que reconocerlo, quería que a España le tocara el grupo más complicado posible. Con unos rivales temibles, las expectativas que se crean cada primavera que hay gran torneo de fútbol serían menores, al igual que la decepción habitual posterior. A punto estuvo de cumplirse el deseo.
Sólo quedaban dos bolitas por salir en el sorteo, una la de Rumanía y otra la de España. Uno de los dos iría a hacer compañía a Italia, Francia, y Holanda. La otra, a Grecia, Rusia y Suecia. Ahí nos salió cara. La primera fase iba a ser, al menos a priori, bastante más tranquila, aunque teníamos el recuerdo de que Grecia y Rusia fueron dos de nuestros verdugos en la anterior Eurocopa.
El destino, una vez más, se preparaba para asestarnos una jugada maestra. En la primera fase, nos librábamos de tres cocos como italianos, franceses y holandeses, pero en la ronda de cuartos, si se cumplía el guión previsto, uno de ellos sería nuestro rival. A punto estuvo de cambiarse este destino. Por un momento, soñamos con que Rumanía diera la sorpresa y dejara a Italia fuera de cuartos. Pero Italia es mucha Italia.
Ahora sí que sí nada parecía indicar que nos fuéramos a librar de nuestro macabro destino. Una ronda de cuartos de final de la Eurocopa frente, nada más y nada menos, que Italia, con la de cuentas pendientes que había con ellos.
Y el destino parecía que seguía jugando con nosotros. Los 90 minutos reglamentarios finalizaban con empate a 0. Prórroga. Aún más dramatismo. Muchos, que no dábamos un duro (vale, un euro) por la selección teniendo enfrente a Italia, preferíamos que se acabara ya el sufrimiento. Pero éste se alargaba aún más: penaltys. Habitualmente, son un cara o cruz, pero estando España de por medio, en unos cuartos de final de la Eurocopa, con Italia enfrente, con un personaje como Buffon como portero italiano, además de ser 22 de junio, fecha negra para la selección… el destino se juntaba para la eliminación más horrenda posible, con todos los ingredientes fatídicos juntos.
Pero a veces los mayores temores acaban siendo simples duendecillos del bosque. Habrá un antes y un después de aquellos minutos de un domingo de junio en Viena. El guión histórico daba un giro inesperado. De un plumazo, España decía adiós a décadas de inferioridad. El ejecutor de todo este pasado fue un chaval que a sus 21 años ya es el capitán de un equipo como el Arsenal.
Recientemente, el magnífico programa “Informe Robinson” de Canal+ emitió un reportaje donde, con el testimonio de los que formaron parte de aquello, se reconstruía la Eurocopa desde dentro. Este programa tiene una imagen clave, que quizás se viera en el momento en la retransmisión, pero el corazón no estaba para fijarse en esos detalles.
Tras el penalti fallado por Güiza, ahí estaba Casillas para seguir dejando con ventaja a España. Detenía su segundo penalti de la noche, en este caso a Di Natale.
Los jugadores españoles que habían finalizado el partido, abrazados en el centro del campo, volvían a saltar de alegría. Todos excepto uno. Alguien se frena en seco porque sabe que tiene ante sí la mayor responsabilidad de su carrera.
Dos años antes, en 2006, cuando España cayó eliminada del Mundial ante Francia, Cesc Fábregas decía algo impactante, para sus, por aquel entonces, 19 años: estaba hartito de perder. Un par de meses antes había caído en la final de la Champions en París frente al Barcelona, y entonces se veía también fuera del Mundial. Ahora él podía cambiar la historia. Y vaya que sí lo hizo. Nunca antes habremos vibrado tanto con un penalti.
La final de la Eurocopa fue un 29 de junio. Pero se ganó 7 días antes. Fue en ese partido de cuartos de final, en esos penaltis, cuando se vio que el sueño era posible. El partido ante Rusia fue el ejemplo de que, sin presión, la España actual es un torbellino. En semifinales, un ciclón pasó por encima de los rusos. En la final, sólo los nervios, lógicos, que tenía nuestra selección impidieron un resultado más amplio.
Como todas las grandes y buenas historias, la final también tuvo tintes épicos. En la semifinal había caído David Villa, la mayor arma letal de la selección. Pero se está convirtiendo en costumbre que algunas de las mayores hazañas de nuestro deporte se logren sin sus mayores estrellas. Un ejemplo reciente es la Copa Davis ganada por el tenis español sin Rafa Nadal. Y otro gran ejemplo es la final del Mundobasket 2006, cuando Pau Gasol, al igual que Villa, caía lesionado en la semifinal del torneo, y se perdía el partido más esperado. A pesar de la baja de Gasol, aquel día en Japón España arrasó. Contaba después de la final uno de los bases españoles, Sergio Rodríguez, que sabían que iban a liarla. Y vaya que si lo hicieron. Faltaba el líder, el guía espiritual, pero jugaron como un perfecto engranaje apalizando a Argentina. Algo parecido hicieron los chicos del fútbol en Viena. No estaba Villa, pero vencieron a Alemania de forma majestuosa.
La historia de este increíble sueño del deporte que hace olvidar los problemas cotidianos se resume con un anuncio publicado en la prensa el día después de la victoria. Era de una cadena de electrodomésticos, pero eso da igual. En él se daba las gracias, entre otros, a El-Ghandour, el árbitro que tuvo buena parte de culpa en la eliminación de España en el Mundial de Japón y Corea 2002. Y en general, a todos los que, durante los últimos 44 años, habían constituido una barrera, más psicológica que otra cosa, para el fútbol español que nos había impedido hacer algo imporante. Ese anuncio les daba las gracias, porque sin ellos “esta victoria no sería tan tan grande”.
Démosles las gracias a todos ellos. Porque sin ellos, no nos habríamos emocionado, y sí, reconozcámoslo, no habríamos llorado, como lo hicimos en junio. El sueño se hizo realidad, pero no ha hecho nada más que comenzar. La historia continúa en Sudáfrica.
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